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lunes, 18 de marzo de 2013

Enfermo subjetivo

Al llegar a casa constantemente sonaba el teléfono para preguntar por la enfermedad. Algo normal; del no ser porque no estaba enfermo, o eso creía.
Pasaron un par de días más y seguía llamando gente para preguntar si mejoraba; no entendía nada: no estaba enfermo; pero seguían llamando como si lo estuviese.

A la semana de que las llamadas empezasen, se produjo la misma enfermedad de la que hablaban los familiares. Ahora estaba enfermo, asustado, y no entendía nada.
Pero, al cabo de un par de días, volvieron las llamadas; esta vez compadecían la muerte por infarto al corazón.
Cada vez entendía menos lo que estaba pasando. Cada vez estaba más nervioso y asustado; pensando que iba a morir sin remedio.

Se cumplieron los 6 días y, la idea de que al día siguiente iba a morir, ya estaba más que clara; como si de lo más natural se tratase. Con la mente tranquila y dispuesta, la noche pasó

Al día siguiente notaba más vitalidad que nunca. De echo, la enfermedad ya no estaba y volvía a tener ganas de sonreír. Una duda seguía ahí: "¿cómo es que estoy vivo?".
Al salir al jardín a respirar por fin aire de la calle, ya no había hueco para esa pregunta. Seguía con vida y eso es lo que importaba; aunque pocas veces hubo ocasión de celebrarlo con tanto entusiasmo.

Tal vez la muerte llamó a la puerta, pero se impacientó y se fue, tal vez todo fuese una ilusión; incluso puede que no. Pero algo era seguro: Nada arrebataría de nuevo esas ganas de vivir.

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