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jueves, 11 de abril de 2013

Nada que esconder

Camina recto, parece que nunca le hayan jodido el orgullo; pena que no sea así. No suele ir por calles principales, siempre por secundarias para poder agachar la cabeza y ser él mismo en lo que tarda en encontrarse con alguien.
Va a encontrarse con ella, la chica de la que está enamorado y tanto le ha costado.

Él tiene una gran fortaleza, y lo sabe; por eso odia que esa chica sea capaz de destrozarle con relativa facilidad. Lo odia...
Llega al portal de ella, habían quedado en su casa; sube las escaleras como un extraño; quiere decirle que está harto de que le trate como una mierda desde que lo dejaron. Hora de terminar con esto.

Le gusta ser tan claro, que a veces le gustaría decir las cosas de un modo menos impactante y directo, pero así es el, y en parte le gusta.
Ya habría tiempo de odiarse en casa, ahora debía ser un muro de hormigón para todo aquél que se acercase, incluida ella.

Cuarta planta, aquí es...
se dirige hacia su puerta, toca el timbre y se queda pensando en cómo automotivarse para hacer lo que va a hacer, mirando al felpudo. Levanta la cabeza justo antes de sentir el sonido de que alguien está mirando por la mirilla de la puerta. Ya son años de experiencia levantando la cabeza antes de que le vean.
Abre la puerta y le da un abrazo, él ni siquiera saca las manos de los bolsillos de su sudadera.

—¿Qué te pasa?, te noto raro...
—Esque tengo que decirte algo... ¿puedo pasar?.
—Sí, pasa.

Se sientan en el sofá, con la chimenea a escasos metros de ellos, él se da cuenta de que nada más llegar al salón se ha puesto a frotarse las manos de los nervios; así que deja de hacerlo inmediatamente.

—Bueno—. Empieza ella. —¿Qué es eso que me tenías que decir?.
—Pues, verás...—. Solo tiene en mente tranquilizarse, así que después de una pausa por fin arranca, —Tengo que decirte que estoy harto de esto... te quiero a pesar de que ya no estemos juntos pero, si me sigues tratando así, te voy a tener que mandar a la puta mierda.
Él llevaba todo el rato mirando hacia la chimenea, el crepitar del fuego era ahora el único sonido que se escuchaba en la sala, y el reflejo del mismo en sus ojos, lo más hermoso de la sala.

Ella se incorpora hacia él, pone la mano en su hombro,el sigue sin inmutarse, así que ella decide empezar a hablar con un tono dulce, el que ella siempre suele tener:
—Sabes que eso no es así, yo te quiero y tú lo sabes. No se por qué te pones así, si tú sabes que yo nunca te haría daño.
—No empieces por ahí, el decir que no me harás daño ya no te sirve.
—Pero... ¿a qué te refieres con eso?.
—Justo lo que parece, es cierto que conocerte me alegró la vida; pero también es cierto que me la destrozó un tiempo después. No me compensa estar así.
—Pero, ¿qué dices?, yo no te he hecho daño; has sido tú solito con tus paranoias, yo nunca...
—¡HASTA AQUÍ PODÍAMOS LLEGAR!—explota él por fin, girándose hacia ella. — una más de estas y te mando a la mierda— dice en el mismo tono. Ahora están los dos alterados y gritando.
—Mira, chico, para estar así te mando yo también a la mierda, ¿sabes?.

Sin saber exáctamente cuándo, han empezado los dos a gritar al mismo tiempo.
El silencio se apodera de la sala, los dos están a dos pasos. Mirándose, y conteniendo rabia.

Todo parece explotar, de pronto, los dos están besándose con rabia; pero también con romanticismo.
Comienzan a desnudarse el uno al otro y acaban haciendo el amor en la misma alfombra.

Se despiertan. habían quedado a las 5 y son la 8. El fuego de la chimenea se ha apagado, solo quedan un par de troncos al rojo vivo. Se quedan un rato quietos, mirando al infinito, sin pensar en nada...
—Ha sido mágico—. Dice por fin ella.
Fue jodidamente bonito mientras duró—. Dice él tras un suspiro.
—Son las 8— dice ella tras mirar su móvil. —Mis padres vienen en un rato; deberías irte.

Se visten y se despiden en la puerta de casa con un largo abrazo, él se esfuerza por contener las lágrimas.
Vuelve a casa como ha venido, por las mismas calles y bajando la cabeza en los callejones solitarios, por aceras descuidadas y carreteras agrietada. No puede dejar de darle vueltas a lo que acaba de pasar. Tal vez para ella no hubiese sido especial, pero para él había sido su primera vez

Llega a casa con especiales ganas de escuchar el tema que había descubierto hace dos días que tan viciado le tiene.
Sonríe, se nota más fuerte y sabe que esa sensación lo acompañará por siempre.

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